martes, 13 de noviembre de 2012

TENER ILUSIONES …¿ES MALO?

TENER ILUSIONES …¿ES MALO?
No hay manera de entender por qué pensamos en el concepto de ilusión, si no damos por sentado que la estupidez humana no es un pensamiento mal “enfocao”, sino una manera de razonar, tan válida y fructífera como cualquier otra. Creo que los estúpidos, como todos los demás, pueden/podemos tener ilusiones, aunque por ello nos/les llamen: estúpidos. El inocente es un individuo que suele caer con facilidad en la ilusión, por la simple razón de que se encuentra gozoso al sentirse ilusionado. Su ilusión será seguir teniendo ilusiones. En la ilusión siempre hay una parte importante de engaño y éste se suele producir, cuando no es deliberado, por inocencia o por credulidad, que son respuestas humanas que están separadas entre sí por unos matices de significado muy poco relevantes. A diferencia del inocente- persona que es simple, fácil de engañar y está falta de malicia -, el crédulo (se lo cree todo con suma facilidad) es un individuo totalmente incapaz de reconocerse proclive a la ilusión y, por lo tanto, el crédulo no imagina la eventualidad del error. El crédulo se lo traga todo. Todos los crédulos son un poco inocentes, pero no todos los inocentes son crédulos. La ilusión, en estrecha relación con la credulidad, es el arma secreta de la religión. Un religioso debe ser muy crédulo con lo que le enseñan y al mismo tiempo debe aprender aquello que le explican, teniendo mucha ilusión. Con el tema religioso me considero un incrédulo ilusionado. El Credo quia absurdum ("Creo por que es absurdo")de los católicos, que propone la renuncia voluntaria al sentido común y a la autonomía racional como vía para alcanzar la fe, no es muy distinto, en esencia, de los fanatismos ideológicos o de aquella forma de perturbar que proponían los italianos (fascistas) cuando aconsejaban a sus militantes: Non pensì, il Partito pensa per te! . También en este tipo de enajenación hay cierto goce cuyo fundamento último está en la humana inclinación por sentirse ilusionado por algo: en última instancia, la ilusión de que —por fin— no es preciso tener que pensar. Veo que el mayor estrago humano que causa la ilusión, se produce cuando a la inocencia de uno se suma la credulidad del otro. Cuando estas dos conductas se combinan tiene lugar una catástrofe. Por ejemplo como ocurre en la estafa, en cualquiera de sus manifestaciones: la trampa de toda estafa se auto-alimenta con la extraña complicidad que se establece entre el estafador y su estafado. Es habitual, también, en los intercambios comerciales y en las llamadas “transacciones financieras”. Una ilusión movilizaba a los que prestaban dinero a mansalva con la confianza de que, tarde o temprano, otros llegarían para cubrir la inevitable caída libre del mercado; y otra ilusión —especulativa — movía a quienes contraían las deudas pensando que se podía salir de la indigencia por obra y gracia de algún batacazo y, sobre todo, sin producir bienes tangibles. Son ilusiones económicas. Otro tema seria la combinación de la inocencia y la credulidad, ambas con relación a una ilusión compartida, es aún más devastadora en las relaciones amorosas, donde se configura como una especie de folie-à-deux (locura compartida). Evidente es que en este contexto hay un inmenso goce, como también es obvio que en el enamoramiento, la seducción del otro —y el sentirse seducido por el otro— consuma la mayor de las ilusiones, aunque la experiencia universal pruebe que el estado beatífico del enamorado - que está en un estado de calma, paz espiritual y felicidad - es necesariamente perecedero y volátil. Incurrimos en el amor desenfrenado solo porque, en el mismo momento en que nos sentimos enamorados, olvidamos que esa beatitud será pasajera. Es imposible llegar a conocer la estupidez de todos los amantes cuando les asoma, en toda suerte de representaciones y proposiciones, las características del discurso amoroso. Ya lo decía el Gaucho Martín Fierro: “¡Es zonzo (soso) el cristiano macho cuando el amor lo domina!”. El amor es el territorio natural de todas las ilusiones, también es la pasión que hace placentera la estupidez. Por consiguiente, el amor no es tanto una enfermedad de la razón, como piensan los racionalistas, sino la prueba de la fragilidad de la razón frente a la ilusión. Es envidiable tener la razón frágil cuando el motivo principal de ello es gozar de un amor que además ilusiona. 


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