jueves, 17 de junio de 2010

OBAMA Y EL PETROLEO


Un presidente y una administración están preparados para una guerra. O dos (Irak y Afganistán). Y también para un colapso financiero, y la fallida de un gigante del motor o la lucha por una reforma sanitaria. Y por un incontable número de desgracias naturales con forma de inundaciones y tornados de las cuales ya ni sabemos.

Pero no están preparados, ni tecnológicamente, ni organizativamente, ni políticamente, ni mediáticamente para dar respuesta a un derramamiento masivo de chapapote que contamina el golfo de México desde hace dos meses, día y noche, que afecta las costas de cuatro estados y ha dejado miles de personas sin trabajo, a lo peor para siempre. Una catástrofe a cámara lenta. Obama suspendió su viaje en Indonesia y Australia por segunda vez para ocuparse de ello. Ha viajado cuatro veces al golfo, ha nombrado un almirante del ejercito como responsable del operativo de emergencia.

Ayer usó el Despacho Oval, por primera vez, para dirigirse a la nación y hablar de la crisis. El presidente habló como un presidente en guerra, usó una retórica casi militar. Renovó su compromiso de dureza con BP, y buscó el cuerpo a cuerpo con la historia cuando pidió un esfuerzo para empezar otra vez.

Demasiados mensajes y poca concreción. Ni tiene la tecnología para parar el derramamiento, ni puede aprobar una ley de energía.

La única buena noticia es que BP, al dia siguiente del discurso, se ha comprometido a crear un depósito de 20.000 millones de dólares para pagar los afectados.

El derramamiento del petroleo bloquea la agenda política. Y por más que la culpa sea de BP, Obama sabe que la administración ha mantenido una relación de connivencia con las petroleras. Nunca Obama había parecido tan impotente.